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  • Foto del escritorAbigail Zamora

“Cuando la desigualdad se tiñe de rojo”

Cuando hablamos de menstruación, tratamos de un consumo involuntario que es explícitamente de las mujeres y cuerpos con capacidad de gestar. Este hecho fisiológico desnaturalizado que representa a más de la mitad de la población, es un reproductor de desigualdad que profundiza la feminización de la pobreza.



La estructura de nuestro sistema tributario y la carga económica sobre los productos de gestión menstrual presenta indicadores asimétricos suficientes para considerar a la menstruación como un factor de desigualdad, ya que el peso de los gravámenes impuestos, como el Impuesto al Valor Agregado (IVA), no contemplan las relaciones de género y económicas que ubican a las mujeres en posiciones subordinadas. Las toallitas, tampones y medicamentos pueden llegar a representar más del 10% de sus ingresos, este gasto no es optativo para las mujeres que, sin embargo, ganan un 27% menos que los varones.


La tributación es un elemento clave para la justicia distributiva, las políticas tributarias no son neutras, tienen consecuencias en este caso en la vida de las mujeres, limitando el acceso a estos productos de primera necesidad por su costo. No poder adquirir los medios para gestionar la menstruación es un factor que contribuye al ausentismo escolar y laboral debido a que las personas menstruantes en edad escolar que no pueden acceder a elementos higiénicos que les garanticen no mancharse y las comodidades en clases, dejan de ir durante los días de sangrado o incluso incurren en prácticas poco sanitarias generando mayores riesgos de infecciones e infertilidad, que atentan contra su derecho a la salud.


Como se mencionó anteriormente, estas cargas solo pesan sobre las personas con capacidad de gestar cada 28 días sin posibilidad de elección en un contexto en donde 7 de cada 10 personas en situación de pobreza, SON MUJERES. Es por ello que, en vistas de construir una sociedad basada en la equidad, se propone un tratamiento fiscal más amigable con una desgravación impositiva a estos bienes esenciales con una menstruación libre del Impuesto al Valor Agregado (IVA) y una gratuidad en los espacios comunitarios vulnerables, en el cual el impacto de la dificultad de su acceso es invisibilizado sistemáticamente mediante la construcción de un tabú y un estigma que se sitúa en un lugar vergonzoso.

Crear las condiciones estructurales para vivir la menstruación con dignidad significa atender a las necesidades particulares que esta presenta y garantizar el cumplimiento de derechos básicos, como el acceso a agua limpia, instalaciones adecuadas que permitan la privacidad, elementos de higiene, un lugar para la correcta eliminación de los desechos y especialmente, conocimiento y visibilización de la temática que permita el acceso universal a la información necesaria para su gestión.


La falta de conocimiento y la escasez de recursos para el correcto manejo de la menstruación termina en prácticas menstruales inadecuadas. Resulta necesario reformular la significación que se le asigna al ciclo menstrual dentro de los contenidos curriculares, realizar investigaciones, producir evidencia y socializar los datos ya que no hay información fidedigna ni estadísticas sobre las consecuencias, de tal modo no se puede actuar sobre lo que se desconoce. Los materiales educativos clásicos que hasta ahora hablaron sobre la menstruación suelen estar atravesados por la narrativa biomédica tradicional sobre este proceso fisiológico, asociados y reducidos a la reproducción. Uno de los puntos que propone la Ley de Educación Sexual integral N°26.150 es garantizar el derecho a la información y conocimientos precisos, confiables y actualizados para que las personas en edad escolar no queden subordinadas a la suerte de recibir esta formación, promoviendo actitudes responsables y no estigmatizantes sobre este periodo natural, previniendo los problemas relacionados con la salud en general y la salud sexual y reproductiva en particular.


La reapropiación feminista de la menstruación tiene como objetivo transformar la visión androcéntrica de este ciclo vital, es decir, desde el punto de vista del varón, tanto en los medios de comunicación y procesos legislativos, como en las estructuras económicas y sociales ya que todo el constructo fue creado por y para el liderazgo de estos, en donde desde el comienzo del contrato social eran los únicos que lo conformaban. Actualmente los cargos de poder siguen siendo ocupados por varones, es por ello que no resulta extraño que no se contemplen las desigualdades, sesgos y brechas que genera un mal tratamiento de la gestión menstrual en la esfera económica y pedagógica, dado que no lo viven ni lo atraviesan. Lo que se pretende es que se generen políticas tanto públicas como privadas para asignarle nuevos significados culturales y modos de vivencia colectivos y particulares no estigmatizantes.

Pero esto no lo digo yo, es un hecho consumado. El equipo de trabajo de Economía Femini(s)ta generó algunos indicadores para calcular cuánto le cuesta menstruar a una mujer en la Argentina. Para este cálculo se utilizaron fuentes públicas que reportan precios de productos de gestión menstrual (toallas y tampones, principalmente) y se hizo un cálculo aproximado de la utilización mensual de estos elementos. Dio como resultado que, para 2018, cada mujer necesitaría entre $1.200 y $2.200 para gestionar su menstruación (entre 40 y 75 dólares en aquel entonces). Según datos oficiales de la Encuesta Permanente de Hogares (INDEC), para el cuarto trimestre de 2017 la mitad de las mujeres argentinas ganan menos de $9.500 mensualmente. La brecha salarial con sus pares varones es del 27 por ciento en promedio, pero más del 36% de las asalariadas están en situación de informalidad donde la brecha asciende al 37%.


Para que dejemos de ser ciudadanas de segunda y construir un país un poco más justo, es necesario que seamos capaces de cambiar el paradigma conservador impuesto de “civilización y progreso” por el de “concientización y derechos”. Dejar de vivir una menstruación tan disciplinada y desnaturalizada, implica generar las condiciones para que ya no nos tengamos que referir a ella avergonzándonos o utilizando nombres alternativos porque genere incomodidad. Hacer patria es asistir con información a cada niña, a cada mujer y persona menstruante en todos los rincones que se lleve la bandera argentina, que la desigualdad ya no se tiña de rojo, que nunca se tenga que elegir entre incurrir en prácticas insalubres peligrosas o no ir al colegio, entre productos de gestión menstrual o un plato de comida.


Nos lo deben.

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